"Trata de matar a mis demonios, y mis ángeles caerán con ellos".

martes, 23 de noviembre de 2010

A veces siento que la vida es una enorme gota de agua oscura, viscosa, que engorda, que late. A través de la cual veo la realidad, que se desdibuja.

Siento, que estoy parado en un delgado hilo rojo, tan delgado. Tan putamente flaco.

Paredes que se estrechan. El techo que ahoga, que desciende opresivo.

Y esta puta sensación de tumor en la garganta.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

miércoles, 15 de septiembre de 2010

EL INVENTO DEL SOL.

¿Como era esto? Ah, ahora así.

Dejame decirte algunas cosas antes de que te pongas a trabajar, un secreto guardado que he guardado entre decenas de libros, de carpetas, de papeles: yo invente aquella estrella azul, que me iluminaba de madrugada.

Si, así como lo lees. Y para que voy a ir con cosas menores, además me invente el mar, mi propia paz y aunque a veces roce el perdón, también me siguen quedando pendientes varios pasos.

Lo jodido de esta historia es que también debo hacerme cargo de mis desiertos, de mis batallas pérdidas y mi indolencia ante las cosas.

En estas conversaciones que he tenido con el imperturbable provocador de la maldición de existir y el hastío de permanecer aun muerto. Yo, invente la dádiva y el billete falso. El deseo y la decepción. La mosca y el diario de domingo con que la matas.

Aunque te parezca raro, conozco a otros creadores en el mismo barrio en el que vivo. Miles. A la mayoría de ellos no les gusta reconocer el tamaño de su angustia. No le parece adecuado aceptar el titulo mas obvio de todos: autor.

Yo prefiero ir derecho, no andar practicando el cinismo en el propio living. No me puedo quejar. Siento que la vida es una sucesión de postales. Una película francesa con música americana de fondo.

Acabo de leer algo que te va a gustar, preciosa. Es de un tipo que murió joven, un escritor del que no había escuchado una palabra hasta ayer, Ignacio Aldecoa. Así comienza su libro mas famoso, con esta prosa arrulle mis sueños delirantes de esta noche fría, y que le robe además a otro tipo que escribe por ahi: “El sudeste lento, cálido, hondo, picaba las aguas de la dársena. Lejana amarilleaba la mar abierta. En el cielo del atardecer se apretaban las nubes como un racimón de mejillones, cordeno y nacarado. Las gaviotas daban gritos estremecidos revoleando el puerto, garreando las olas. Un barco botinero navegaba hacia la linea de atraque: baja la mar, bajo y áspero el run del motor”.

Esta noche los recuerdos me empujan al anden de lo que le viento no va a traer.

He dicho, sigo volviendo a veces a mi barrio. A recorrer esas calles donde los árboles tejían techos allá a lo alto.

Allí esta mi amigo Adrián con su sueño de rock star, y los hermanos Rivas pidiendo permiso para robar. Y nuestras ganas de irnos. Pero nunca de volver, y las viejas del barrio nos miraban con asombro de brujas al sol.

Yo me acuerdo que éramos cachorros asustados ante todo lo que era novedad.

Cuando me pregunten por ellos, por mis amigos, la verdad que no voy a saber que decir. Pero si se que algún día le zapateamos la panza a la muerte. Nos cagamos de risa en su cara...y lo seguimos haciendo.


Esta noche la memoria me esta pasando lista. Pero creo que en algunos casos voy a cantar: “ausente”.

domingo, 22 de agosto de 2010

El aroma de la tristeza

A MI ME HUELE A TRISTEZA.-


A mi la poesía siempre me huele a tristeza.

Tiene a veces un sabor patético, un sabor ocre que se te clava en los dientes, que viste de amarillo las paredes.

Aunque debo reconocer también que es revolucionaria en todos sus sentidos, que otra revolución puede ocupar tanto nuestros sentidos que la creación de la poesía.

Y aunque la respeto, también a veces la detesto, porque quisiera que pudiera llegar a mi lado más salvaje sin vueltas, metáforas, etc. Poder decir en una estrofa: pija, concha, teta, calentura, culo, coger, y que suenen en el mismo sentido que las digo cuando estoy en el medio del climax, sin que pierdan su esencia de salvajismo brutal.

Es decir expresar hasta la última gota de mi ser. Ser deseo y ser a la vez dulzura, ser un violador con rosas en las manos.

Pero al fin de cuentas no pueden caminar de la mano...

Donde esta ese hueco del alma que funciona como un tornado que chupa nuestro valor y despide miedos?

En que rincón de nuestra puta existencia se esconde? Que nos paraliza, nos ancla en tierra. Nos impide llegar....

Prefiero mi lado salvaje, el más honesto. Prefiero el salvajismo del deseo, la osadía de la locura sin límites a la crueldad de las casillas, las normas, el comportamiento debido.

Prefiero chuparte hasta el alma, pasar mi lengua por tu cuerpo hasta verte estallar en un orgasmo, besarte hasta sentir que te mojas en cualquier rincón de un edificio académico, a la tibia y lechosa sensación de que se nos esta pasando la vida en medio del desierto.

Prefiero masturbar mi verga con tu imagen potente despidiendo gemidos y gritos a sentarme a ver la llegada del invierno.....

Si....sigo prefiriendo mi lado más salvaje...

El que me ha ayudado a sobrevivir a tanto desierto....

Nuestro grado de locura.

Dos locos se escapan de un manicomio. Corren. Es de noche, trepan por los techos, y llegan a un lugar donde tienen que saltar para llegar a otro techo, ni muy ancho ni muy angosto. El primero toma carrera y salta. En cambio el segundo se queda parado mirando hacia abajo. Entonces el primero, le dice "y dale salta que no pasa nada".
El segundo, le contesta, mirando hacia abajo: "No, me da miedo es muy ancho y me voy caer".
Entonces el otro le responde "bueno entonces te prendo la linterna y pasas caminando por el haz de luz". Y el otro se empieza a reír a carcajadas "pero vos estas más loco de lo que pensé".
"Por qué?" le dice el primero asombrado.
"Pero te pensas que no me di cuenta que me vas a apagar la linterna a la mitad del camino".......
Siempre me gusto ese chiste. Una mezcla rara, porque sucede que es el final de una historieta. Una de las mejores que se hayan escrito sobre superhéroes que se llama "La broma asesina". Y el tipo que la cuenta es el Guasón, y se lo cuenta a Batman al final de la historia.

Cuando El Guasón esta rendido bajo la lluvia y se abraza y se ríe con Batman, porque Batman también se ríe. Y la historia termina con los dos abrazados riéndose a carcajadas. Mientras la lluvia cae y la imagen de los dos se hace difusa.

El tema es que todos tenemos un grado de locura, sólo depende de que lado estés de la abertura. Ah y si ténes en tu poder la linterna.

domingo, 15 de agosto de 2010

Partículas Imperceptibles...

PARTICULAS IMPERCEPTIBLES.-

“Somos una ínfima parte del todo” le dijo al oído, percibiendo el suave aroma de su pelo, y mirando la inmensidad que los rodeaba. Y se apoyo una vez más en su cintura.

“Pero por un día me gustaría que soñaras conmigo que no somos parte, que al final podemos ser el todo”.

Y ella lo miro asombrada, y un brillo de estrellas polares le cruzo por los ojos.

Se unieron, se fusionaron. Se duplicaron, porque al estar juntos en ese momento eran uno y dejaron de ser partículas imperceptibles en el universo para ser por esa vez el universo mismo.

Una nebulosa hecha de estrellas táctiles, una constelación de suspiros poblaba el aire.

Estallidos de colores, estrellas fugaces en el amanecer.

Fueron las partículas que se atrevieron a soñar en ser el todo, y dejar por una buena vez de ser parte del todo.

Y mientras se alejaban el uno del otro, mientras volvían a sus roles, el volvió cantando por lo bajo “somos de una especie que desaparece. Hasta nuestras diferencias se parecen”. Pero ella no lo supo, como tampoco pudo ver, como misteriosamente en la espalda le habían comenzado a crecer dos alas de mariposa.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Un dulce adiós.....

"Fue un agosto largo y frio. Y encima a usted se le ocurrió llegar de madrugada" le dice ella.

"Si todavía me acuerdo" sentada en una destartalada silla, que hace juego con todo lo destartalado que los rodea. Más la inmensa cantidad de malvones y margaritas, y unas parras añosas. Y esos enormes árboles de nombre guaraní, que ella siempre le dijo que se llamaban pimientos.
Le habla con la misma voz cristalina que él recuerda, que lo arrullaba por las noches. Y esas frases tan únicas, tan suyas. Como ese "m hijito", que suena en esa voz tan única.
Lo mira como miró siempre la vida, como si estuviera siempre frente al mar, con esa mirada que puede traspasar todo, que llega al horizonte. Pero el tiempo es impiadoso hasta con aquellos que tienen coraje.
Su cuerpo se fue achicando, como una duna que ha soportado centenares de vientos, de brisas. Se le ha ido gastando, y con él –también- se le ha ido parte de la memoria, como si también quisiera volar a otros lugares o finalmente descansar.
Repite una y mil veces las mismas anécdotas, y las cuenta con la misma pasión de la primera vez.
"Fue un agosto frío y largo. Y encima a usted se le ocurrió llegar de madrugada" dice de nuevo, y esta vez lo acompaña con una risa suave, casi frágil, como esas flores que nacen en la estepa.
Un mezquino sol les entibia los perfiles, pero a él lo entibia más esa mano que se pasea por las suyas, que suavemente le acomoda los cabellos y le acaricia la espalda.
"Eran tan chicos. Me acuerdo que se dormían conmigo" y la mirada se traslada a otras postales de la vida.
"Pero vio en esta familia los hombres siempre se van. Si hasta el cacique se murió ahora estamos solas" dice recordando aquel perro de pelaje raro y de raza incierta, que llego del sur y que se convirtió en su acompañante más fiel.
Las manos son sarmientosas, como si las parras del patio hubieran tejido nidos en ellas.
"Cuando se va a venir para acá" le dice. Y él no se anima a decirle que nunca. Que esa ciudad es la mejor muestra de la Argentina, que primero te expulsa y que después te añora. Pero que sobre todas las cosas con sus perjuicios: expulsa.
"Algún día abuela...algún día" le miente.
Ella lo sabe. Siempre lo supo. Pero se niega a esa posibilidad. Se acomoda en la sila y lo mira como si fuese un niño. Y el se siente de nuevo un niño. La ve florecer en esas plantas que están en el patio. La huele en las mañanas de invierno, cuando recién despertaba. Está en todas esos mosaicos de su memoria.
La ve peleando con las vecinas resentidas, que le enrostran en la cara que sus nietos son unos "guachos", los únicos de ese tradicional, católico y ortodoxo barrio, donde las miserias se lavaban puertas adentro, cuyos padres no existen, no están.

Las viejas brujas dueñas de esas cuadras, que todo lo veían, veían en esos pibes el mal.
Y ella, allí, defendiendo su castillo, a fuerza de escobazos y saliva.
Ahora la ve con la misma expresión de coraje. De valor, aun cuando los años le pesan tanto que le han encorvado la espalda.
"Usted sabe que esta siempre va a ser su casa. No importa lo que pase usted siempre va a tener un lugar" le dice y una inundación de perlas saladas le arrebata los ojos. La abraza, y partículas imperceptibles de sus almas se funden, porque sólo ellos saben cuantas tormentas han capeado.
Y después de la emoción, se recuesta en la silla con la cara al sol tibio. El, la mira como se va durmiendo, despacito como se van apagando las velas. La besa en la frente, y un largo adiós sacude la estancia como una bandada de pájaros emigrando en primavera.

viernes, 30 de julio de 2010

En el principio fue la sangre....

Cuando nacía la década de los 70, Buenos Aires se confundía con Viet Nam, y Mendoza era la filial más productiva del Opus Dei. Se castigaba sin pudor, y los pecados eran una enorme lista, que incluían desde mirar un culo por la calle, tener el pelo largo o reírse de las películas de Porcel y Olmedo.

En esa geografía urbana, San Rafael –una de las ciudades más importantes de la provincia- proliferaban las iglesias y catedrales, las ligas de amas de casa y los clubes como el Rotary, Leones o el Jockey, donde se tejían –con jarabe de pico y miradas inquisitivas sobre la vida de los demás- las políticas de moral y buenas costumbres que debían guardar los buenos ciudadanos.

Dice mi abuela, que nací una madrugada fría, haya por agosto del 70, y que al volver del hospital unos tipos que volvían de joda, medio en pedo, le gritaron “no…que joda que te abras mandado que estas volviendo a esta hora”. Mi vieja, mi abuela, siempre cuenta esa anécdota entre risas y entre lágrimas que se le amontonan para salir, pero que no deja escapar.

Nunca supe donde estaba mi viejo en ese momento, ni mi hermano, ni tampoco lo que sintió mi madre cuando yo nací. Mi viejo, como Rosario –en la canción de Fito- siempre estuvo lejos.

Son pocos, escasos, los recuerdos que guardo de mi infancia. A penas, algunas diapositivas mentales, un puñado, como una acumulación de pequeñas nubes, sin forma.

En una de esas fotos, que vuelve permanentemente, estamos jugando en el barro con mi hermano –Rubén- mientras llueve, de manera tenue y constante. No me acuerdo del lugar, sólo del charco, y nosotros sentados en él. Y nadie, más, mi hermano y el barro y la lluvia, que no para, que parece no querer parar.

O dormir junto con mi abuela, en una de las dos piezas miserables, en las que vivíamos, que tenían el baño afuera. O mejor dicho una letrina grande, donde además cerca, se amontonaban cosas que no entraban ya en la casa.

En la otra pieza, dormían mis tíos: Edgardo y Esther.

Hay, también en esas fotos, un invierno con nieve, y hay mucha humedad y frío. Y mi tío sacando la nieve del techo para que no cayera.

Después, hay un enorme salto temporal en mi memoria, hasta que comencé el jardín de infantes.

En ese tiempo, mi abuela trabajaba en un taller de costura, de esos que ya no existen, donde se hacían a medida vestidos de novia, de cumpleañeras de alta sociedad y de señoras grandes y gordas con dinero y tiempo. El lugar olía siempre a telas nuevas y extrañamente tenía un silencio cálido, donde sólo se escuchaba el lento paso de las agujas.

Al salir, de la escuela que estaba frente al taller, pasaba a ver a mi abuela. En aquel tiempo, las circunstancias y las peleas familiares, nos habían dejado solos. Una pareja, digna de una película dominguera, una vieja que cosía y un pendejo de 6 años, que se asomaba a la vida.

Una de esas tardes de otoño, un tipo al que yo veía enorme, abuso de mí en un húmedo y triste baño. Podría dar detalles, pero que agregarían al hecho, sino un poco más de morbo. Sólo puedo decir que con el paso del tiempo el hecho fue tornándose más asqueroso, y aquel dolor del principio parece, a veces, volver.

Nunca, supe porque pero guarde durante mucho tiempo silencio sobre ese episodio, como si el culpable fuese yo. Tiempo después, mucho tiempo después, comencé a echarle la culpa a mi viejo por no haber estado, por no haberme protegido. Incluso aún no lo sabe. Creo que nunca lo supo, y si logro enterarse de alguna manera también se calló, como ha hecho con tantas otras cosas. El silencio es un mal de la familia.

Fue un año cruel para ser un chico. Ese mismo otoño dos pibes como de 14 años, con problemas mentales, casi me mataron al volver del jardín. Me golpearon como se golpea a un animal, sin piedad, y me terminaron dejando tirado en una acequia seca: ensangrentado, dolorido y mugriento. Hasta me tiraron con un ladrillo en la cabeza para terminar su tarea, pero creo que había algo que decía que no tenía que morir esa tarde. Así que como pude comencé a caminar hasta mi casa que estaba a sólo cien metros, y donde no me esperaba nadie. El delantal del jardín, verde pasto, tenía unas enormes manchas de sangre, y fue una vecina, de esas que vigilan el barrio a toda hora, la que llamó a mi abuela, que llegó hecha una tromba. Y tras curarme fue y encaró a la madre de los pibes.

Ese mismo año, que parece ahora una ironía acida, sufrí de hepatitis y durante más de un mes permanecí en cama. Fue un flash para mi cabeza, ver al final del año, en mi carpeta un montón de trabajos que yo no había hecho.

En esos tiempos, mi viejo era una visita sorpresiva e inesperada, y mi vieja no existía en mi universo. Mientras que mi hermano venía los fines de semana a jugar conmigo, y a veces ni siquiera. Me enteré con los años, que Rubén, era paciente de una sicóloga con tan sólo 8 años. La separación de mis viejos, cierta violencia, y hasta el abuso sexual de una tía habían hecho mella en él.

Eso me hizo quererlo más, es pensar como puede pasar todo eso y seguir siendo tan fuerte. Porque las culpas, los miedos, y los actos de los grandes cayeron sobre nosotros como piedras: pesadas y opacas, y transformaron nuestras realidades para siempre.

Había en esa casa humilde, donde vivía, una enorme sensación de abandono, de tristeza permanentemente contenida. Mi abuelo había dejado a mi abuela, mis viejos eran imágenes fantasmas que sobrevolaban el lugar, mi tío, a fuerza de discusiones, se había ido también, y sólo sabían llegar de visita dos viejas, muy viejas, –que vestían como las brujas de las películas- mi bisabuela y su hermana. Y muchos domingos, con mi abuela al mando, íbamos al cementerio. Era como si la vida se hubiese tomado vacaciones, como si las ausencias pesaran más, mucho más, que las presencias. Creo, ahora, que ese sentimiento se hizo carne en nosotros, que la nostalgia siempre estuvo en nuestra esencia. Como un aura, como un par de alas pegadas a la espalda, que no te podes sacar.